por Sebastián Arana
A nadie escapa que las condiciones económicas para competir en la Liga Nacional desde hace años son crueles para los clubes que, como Quilmes, se sostienen con recursos genuinos.
No fue casualidad que entre 2010 y 2013 el club “tricolor” oscilara entre la máxima categoría y el TNA. Demasiado modesto para una, muy poderoso para la otra.
Muchas de las dificultades a las que hoy Quilmes hace frente vienen de arrastre y se agravaron en los últimos meses. Devaluación, tarifazos y recesión dispararon los costos fijos de la Liga a la estratósfera.
Sin embargo, la conducción que hoy lidera Pablo Zabala tuvo una oportunidad de oro para acomodarse un poco mejor dentro de este contexto desfavorable.
En ese sentido, consumado el último ascenso en el 2013, la supresión de los descensos por dos años parecía caerle a Quilmes como el maná del cielo. Era la posibilidad de acomodar sus números mientras invertía en jóvenes para proyectar a dos años un equipo más o menos competitivo a un costo razonable. Fue la vía que eligió, con éxito, Bahía Basket.
El de formar un equipo barato y no tapar a las fichas propias que tenían una proyección importante (Luca Vildoza y Tayavek Gallizzi) fue el camino elegido inicialmente por Quilmes para la temporada posterior a la del ascenso y le fue mucho mejor de lo previsto. Con el acierto clave de fichar como único esfuerzo extranjero a Walter Baxley por muy poco dinero, Quilmes llegó hasta cuartos de final y le dio durísima lucha al Peñarol de Campazzo que luego se coronó campeón.
En ese punto Zabala cometió un error garrafal, el de doblar la apuesta para la temporada siguiente. Contratar a Luis Cequeira por mucho más dinero del que le pagaba a Fabián Sahdi, elevarle mucho el sueldo a Baxley para retenerlo y apostar por otro extranjero (Ivory Clark) trajo, cómo no, dividendos deportivos. Pero a costa de desbalancear de forma dramática la economía de su club.
A partir de entonces las dificultades para cumplir los compromisos con el plantel fueron crecientes. La segunda contratación de Ivory Clark terminó de probarlas. El estadounidense -los extranjeros no se benefician por la regla del “libre deuda” que todos los nacionales deben firmar temporada a temporada y que les permite ponerse al día o acordar una forma de pago- vino a jugar hace algunos meses para cobrar la deuda que tenía acumulada del torneo anterior.
Fruto de esa errada elección de Zabala, el déficit no hizo más que crecer en los últimos dos años. A punto tal de llegar a esta encrucijada enojosa, difícil, que ahora él y su Comisión Directiva deben resolver. Porque nadie quiere tirar la historia por la borda, pero tampoco poner en riesgo la supervivencia del club.